martes, 4 de febrero de 2014

Las reuniones secretas del "todos contra todos" posdevaluación

Fue la primera reunión amplia e informal de economistas “amigos” que convocó Axel Kicillof desde que llegó al Gobierno. Pasó inadvertida entre el salto devaluatorio de la semana pasada y la apertura parcial del cepo cambiario que el ministro tenía en carpeta desde que asumió el 20 de noviembre, como anticipó ese mismo día BAE Negocios. Pero a ese cónclave secreto, el viernes pasado, asistieron unos 50 profesionales, entre funcionarios e invitados. Y fue el escenario que eligió Kicillof para admitir que en las próximas semanas se define la suerte o desgracia del plan económico oficial, torpedeado por las expectativas de una devaluación aún mayor y de una aceleración inflacionaria que dejaría sin referencia alguna a la inminente –y ya tensa– ronda de paritarias.
Los convidados recibieron la invitación apenas dos horas antes de que Kicillof entrara en el living del quinto piso del Palacio de Hacienda, a eso de las 15. Estaban Carlos Heller, Demián Panigo, Paula Español, Esteban Kiper, Andrés Asiain, Mariano de Miguel, Santiago Fraschina y un puñado de “extrapartidarios” más, como alude la mesa chica del ministro a quienes no provienen del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda), el think tank que fundó él mismo y donde se formaron sus principales espadas. Aunque también fueron invitados, brillaron por su ausencia Roberto Feletti y los militantes de La Gran Makro, el grupo de economistas que todavía le responde a Amado Boudou. La orden de no ir, sospechan en Economía, provino del mismísimo despacho del vicepresidente en el Senado.
Kicillof habló durante media hora. Ratificó lo que había dicho en público y pocos habían creído: que la devaluación de $7,20 a $8 del día previo había sido forzada por un putsch organizado por Shell y tres bancos. Pero fue más crudo al referirse al futuro inmediato. Dijo que las exportaciones del primer trimestre traerán menos dólares que lo esperado. Y que incluso el saldo comercial positivo publicado por el Indec no se condice con los microdatos diarios de la Aduana, que inducen a una preocupación aún mayor. Prometió aguantar la corrida, pidió colaboración para “enfrentar a la ortodoxia” y le dejó el micrófono a su vice, Emmanuel Agis, quien respondió sin dar demasiados detalles a quienes lo consultaron por la suba de tasas de interés y por la posibilidad de acceder a un crédito externo para reforzar las reservas del Central.

De Punta del Este a La Habana
Aunque era en privado, nadie en el living de Kicillof se animó a preguntar por el nuevo índice de inflación que difundirá el Indec el 13 de febrero (el Ipcnu), que para resultar creíble debería reflejar las subas de enero en el transporte, el turismo, los alimentos y los electrodomésticos. Para estos últimos, el propio Ministerio los reconoció al pactar con las cadenas comerciales que no superen el 7,5% en el mes. Según estimó ayer la consultora Elypsis, que monitorea más de 120.000 precios online de los supermercados, la carestía del mes rondará el 6% y dejará un arrastre del 1,9% para febrero.
Donde sí se habló del Ipcnu fue en “Mamá Ganso”, la chacra esteña del banquero Jorge Brito, quien reunió a la flor y nata del establishment el sábado previo a la devaluación. Había directivos de Adeba, de ABA, de la UIA, de la Cámara de la Construcción y de la Bolsa. Nadie sospechaba lo que se vendría horas después, pero los pronósticos ya eran pesimistas. Según dos de los comensales consultados, lo que destacaban allí como positivo eran los avances en las negociaciones con el Club de París y la posibilidad de que un acuerdo con esos países acreedores –combinado con un nuevo IPC relativamente creíble– reabra antes del Mundial la canilla del crédito externo.
La apuesta de Kicillof pasa precisamente por allí. Por eso, apenas asumió, les pidió a sus hombres que borren de su léxico un neologismo kirchnerista: el desendeudamiento. “No nos podemos desendeudar por siempre. ¿O quieren que paguemos toda la deuda y después empecemos a prestar?”, aleccionó. El secretario de Finanzas, Pablo López, tiene en sus hombros la difícil tarea de complacerlo. Para eso debe conseguir a contrarreloj u$s10.000 millones a una tasa razonable, que vayan a reforzar las reservas sin condicionamientos sobre la política fiscal.
Ésa –la política fiscal– es para Kicillof la última trinchera. Aunque los economistas de la city reclaman con renovados bríos un ajuste de manual para frenar la inflación, con el gasto público creciendo mucho menos que los precios, el jefe del Palacio de Hacienda no lo cree necesario. Por eso destacó el anuncio del plan Progresar y les dijo a propios y extraños que el Gobierno seguirá en ese camino. Incluso descarta aplicar durante el primer trimestre los aumentos de tarifas de gas y luz que el mercado daba por descontados para reducir la abultada cuenta de los subsidios. No alcanza para contener a la tropa: incluso algunos de los economistas que lo visitaron en su living, como Asiain o Fabián Amico, lo cuestionaron duramente horas después.
El principal enemigo de ministro, de todos modos, es el tiempo. Los empresarios que estuvieron en “Mamá Ganso”, ya de regreso de Punta, hablaron mucho en las últimas horas sobre otra ciudad que mira al mar: La Habana. No porque les haya interesado la cumbre de la Celac ni porque los haya emocionado la foto de Cristina Kirchner con Fidel Castro, sino por la foto que mostró junto a ella al presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez. El establishment ve débiles a Kicillof y a Capitanich y se apura a especular sobre posibles reemplazantes.

La temida espiral
Los gremios cuentan las horas para ver cómo arranca la paritaria docente. Más allá de los coqueteos con tufillo a 2015 de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo con Mauricio Macri, la CGT oficial que comanda Antonio Caló ya transmitió al Ministerio de Trabajo que no será el dique de contención para forzar cierres a la baja, del 20 o 25 por ciento. En la cartera laboral ya empiezan a resignarse a entregar el 30%, mientras cruzan los dedos a la espera del nuevo Ipcnu. Saben que si el flamante índice sale “morenizado” (menos del 2%), los sindicatos harán sus reclamos en función de la famosa “inflación del changuito”, lo cual perturbará aún más la paz social. Para ese probable escenario de riña, las huestes de Caló guardan un facón bajo el poncho: una medición propia, auspiciada por la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) del portero Víctor Santamaría y el Sindicato de Docentes Privados (Sadop) de Horacio Ghilini, que refleja cuánto aumentó el costo de vida para un trabajador registrado durante el último año. Lo mismo que ya hizo Moyano pero con mayor rigor metodológico. Y con la legitimidad de no haber surgido de las usinas de ninguna “opo”.

Fuente: http://www.diariobae.com/

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